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domingo, 18 de octubre de 2009

Celeste y Benjamin.

Cuando niños, cazaban gatos durante una semana
y luego los amarraban a un trinero diseñado
por ellos mismos, confiados de hacerse buena fama
en el barrio. Pero luego de una semana de cautiverio
-para los gatos mas desafortunados- llegada la hora
los gatos en vez de correr y tirar el trineo, corrían sí,
pero cada uno donde su libertad les dictara.
Para sobrevivir a la fustración, acompañaban a la
abuela a desenrredar ovillos o a cocinar algo rico,
momento en el que el desastre de la cocina era
proporcional al placer que entregaban las recetas de la abuela.

Con el verano, el calor les sacaba la lengua: Para poder
entrar la lengua a la boca, el mejor remedio era una buena
naranja (robada por supuesto) del jardín de doña Marta.
Para no sentirse, malos, plantaban las pepitas en el mismo jardín
a ver si un día, crecían muchos naranjos.

Aún debían andar en punta pie para alcanzar la luz,
cuando un mal calculo al bajar de un árbol, los dejo sus bocas
manchadas de chocolate en una proximidad que desconocían
y que los aterro, corriendo cada uno hacia su casa.

Quince años después, recordando estas historias, en una micro donde se encontraron
con un secreto querer. Así ese horror de la infancia, se fue volviendo
lentamente, en un deseo de besar recíproco y tierno, muy tierno
como la infancia.

domingo, 11 de octubre de 2009

De cuando me atacaron.

Cuando me atacó, me apretó el estomago,
dobló mi cuerpo y acerco mi cara a la desformación
más horrible. Me dejo con la boca abierta y la respiración cortada.
Me tiñó la ropa de rojo y me robo el habla, también el equilibro.

Sí, porque caí al suelo victima de un ataque de risa, y me tuve que servir más vino.