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jueves, 17 de noviembre de 2011

Santo en vida.

Alguien le dijo una vez que después de muerto, el cielo era una borrachera eterna.


Por eso cuando su mujer se fue, partiéndole la cama como un pedazo de hielo que se descuelga de la antártica y se va solitario por alta mar, quizo buscar eso del cielo en la tierra, el camino de la santidad. Así, se lanzó en picada a la botella y cuando además de los hijos lo dejó su ejecutivo bancario, cerrándole de paso la cuenta, se puso a contar historias -o parábolas como le decía él- en los bares a cambio de una cañita de vino. Ayer lo vi, estaba triste, dijo que llevaba dos horas sin beber la tinta sangre de Cristo y le parecía insoportable la pecaminosa sobriedad.

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